18 diciembre 2006

Una historia

Sus ojos se volvieron a encontrar. Como hacía tantos años no ocurría. Ambos habían desterrado la idea de volver a verse. Sin embargo el Destino les hacía ver que a veces puede llegar a suceder lo que uno menos espera.

&&&

Corrían los últimos días del ya viejo año de 1799. Lima se engalanaba para recibir el nuevo siglo. Don Antenor Castillo regresaba después de varios años de vivir y trabajar en Trujillo. Traía consigo a su familia y a un par de esclavos. Uno de ellos, Rafael, por primera vez conocía la Ciudad de los Reyes.

- ¡Que grande que es Lima! ¡Que bonita! ¡Que casas tan grandes! - pensaba Rafael mientras iban llegando. Su admiración llegó a su fin cuando arribaron a su destino y tuvieron que empezar a descender las cosas de la carreta. Había mucho trabajo por hacer.

&&&

Lucía trataba de concentrarse en el libro que tenía entre sus manos pero no le era posible. Cinco años fuera del Perú hacían de este retorno un acontecimiento muy esperado. ¡Y el barco era tan lento! Mas de pronto Lucía escuchó que el Callao ya estaba cerca. Dejo el libro y salió rápidamente a cubierta. Oteó el horizonte y vio una mancha diminuta. Dentro de esa pequeña manchita estaba su familia esperándola.

&&&

El 24 de diciembre la familia Castillo se hallaba reunida tomando vino tras la deliciosa cena navideña. En la parte de atrás estaban los esclavos, celebrando también, aunque con frugalidad. El cuarto donde se hallaban era oscuro por lo que Rafael decidió salir al corralón donde una luna llena preciosa plateaba las plantas.

La familia Herrera también estaba en medio de la tertulia posterior a la cena pero Lucía se hallaba un poco acalorada, quizá por la copita de cognac tomada muy aprisa, quizá por la perdida de la costumbre de celebrar navidades veraniegas.

Lucía salió al jardín y miró al cielo, al mismo tiempo que lo hacía Rafael, en una casa no muy lejos de ahí. Ambos recordaron, al ver las estrellas, una navidad, muchos años antes en la cual una niña de ojos color caramelo y un pequeño esclavo de ojos azabache miraban también las estrellas. Siendo de la misma edad ambos habían llegado a hacerse inseparables. De pronto el negrito miro a la niña y le dijo "mientras brillen la estrellas yo te seguiré queriendo" La niña sonrió ruborizada y luego se acercó a él y le dio un beso en los labios, como había visto hacer a su hermana mayor.

Esas mismas estrellas eran las que miraban Lucía y Rafael, ahora, 10 años después...

&&&

Los Herrera tocaron las puertas de la casa de los Castillo. Al abrir, don Antenor reconoció inmediatamente a su paisano Victor Herrera. Los saludos entre las familias fueron efusivos y los obligatorios comentarios de lo jóvenes que se veían los grandes y de lo grandes que se veían los jóvenes fueron también repartidos. Rafael, ajeno a estos acontecimientos, seguía paseándose con su bandeja por la casa, ofreciendo vino. Rato después vio a don Antenor, su antiguo patrón. Se alegró mucho de verlo. Don Antenor también, pues le tenia mucha estima y le causó pesar tener que venderlo 9 años antes cuanto tuvo necesidades monetarias.

De pronto apareció Lucía y la sonrisa de los labios de Rafael se borraron. Sus ojos se volvieron a encontrar. Como hacía tantos años no ocurría. Ambos habían desterrado la idea de volver a verse. Sin embargo el Destino les hacía ver que a veces puede llegar a suceder lo que uno menos espera. Rafael esperó la sonrisa de Lucía pero ésta nunca llegó. Solo un frio "Hola Rafael" atinó a salir de sus labios. Rafael tuvo que contentarse con devolver un respetuoso "Hola señorita Lucía"

La fiesta continuó luego, excepto para Rafael. La frialdad del saludo de Lucía lo había golpeado. Estoicamente siguió con su trabajo. Mas luego notó que un invitado que no había percibido antes estrechaba la mano de Lucía y también percibió anillos de compromiso en las manos izquierdas de ambos. Comprendió todo.

Dieron las 12 y el champagne fue servido en las copas. Horas despues la gente se despedía. Unos de los últimos en irse fueron los Herrera. Se despidieron de los Castillo y tambien de Rafael, que siempre fue un buen esclavo. Al tocarle el turno a Lucía le extendió la mano y le dijo "Adios Rafael". Rafael respondiole "Adios señorita Lucía. Felicidades" Una lágrima contenida venció la resistencia de Lucía y humedeció su mejilla.

Los Herrera se fueron. Sin embargo, esa lágrima y esa última mirada de esos ojos color caramelo le dijeron a Rafael que en el fondo ella no lo había olvidado.